Manolo Santander, ese chirigotero tan flamenco
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Manuel Santander Cahué, fallecido en Cádiz la tarde del martes 3 de septiembre con 56 años de edad, deja un interesante legado de conceptos en el tiempo.
Vamos a imaginar una hipotética situación. Quien sea de Cádiz, o conozca sus conceptos, lo entenderá rápido. Quienes no conozcan los conceptos caleteros, o los conceptos caleteros no les resulten relevantes, intenten hacer un pequeño esfuerzo. Un día, de repente, se hace oficial que el erizo caletero se ha extinguido para siempre. Que ya no habrá más erizos.
Algo similar a esa hipotética circunstancia es lo que ha sucedido. Uno de los asuntos caleteros fundamentales ya no está, es Manuel Santander Cahué. Ese sabor del erizo caletero, tan dulce y salado al mismo tiempo, como es el barrio de La Viña, es como el sabor de las coplas de Santander, que no es necesariamente mejor ni peor que otros sabores y conceptos, pero sí un asunto en el que muchos decidimos quedarnos ahí. Porque las coplas de Santander son como un erizo caletero, tienen un aspecto exterior que es puntiagudo, puede pinchar. El erizo caletero, que es un poco como "arremetío pa dentro", en ocasiones puede resultar incluso tosco en apariencia, el erizo caletero no tiene bonita apariencia exterior. Tiene púas. Pero es que el secreto del erizo caletero, su epítome, su concepto esencial único, está "reconcentrao" en el interior, donde reside la respuesta a la pregunta de a qué sabe La Viña. Como las coplas de Santander.
A Santander le ha tocado vivir como chirigotero en un tiempo de exaltación de la comparsa, de chirigotas que a veces parecen comparsas, y de desarrollo de chirigotas que sean entendidas fácilmente más allá de Cortadura. Que es algo maravilloso que suceda ese tiempo, esto no es una crítica. Pero sí es necesario equilibrar la balanza de los conceptos, y ahí es fundamental Manolito. Que los sonidos y los conceptos evolucionen es necesario, pero también es evidente que nunca pueden perderse las cosas de tiempos anteriores, hay que tener claro de dónde vienen las cosas. Por eso Santander es, en cierto modo, aunque conceptualmente diferente, como si fuera un sobrino carnavalero de aquel Chimenea, que en los años treinta defendía en sus coplas los derechos del pueblo, o los asuntos de aquel Fletilla de los años sesenta y setenta, albañil de versos que nació en El Balón y después inventó buenas cosas desde el Mentidero.
Santander no iba en busca del verso efectista, del concepto adornado, del chiste por el chiste. Huía del humor pretencioso, de las poéticas apariencias, él era más de ritmo que de forillo, del mismo modo que nunca intentó resultar de chirigota necesariamente graciosa. Pero siempre es más interesante resultar poético que parecer poético. Siempre es mejor caer en gracia que ser gracioso. Él suele caer en gracia resultando poético, sin parecer poético ni pretendidamente gracioso. En una chirigota de Santander podía haber más poética conceptual subliminal que poesía en las más poéticas comparsas. Ya dije antes que incluso en una primera impresión, sus cosas pueden resultar incluso toscas, sin belleza aparente, como un erizo caletero. Manuel Santander, en un tiempo muy de "qué bonita es mi Caleta", es más de "qué caletera es mi Caleta". Lo cual incluye ser bonita, por supuesto, pero La Caleta, ante todo, es caletera. Y en ser caletera es donde está realmente la belleza de la Caleta, cosa que Santander siempre supo mostrar en sus conceptos. Él es de mostrar una caleta terrenal, del pueblo, una caleta de filete empanado y bingo, una caleta de tartas de cumpleaños y atardeceres especiales, una caleta bohemia a la vez que literal, grifotas entre niños y señoras, utopías y realidades, laja y piedras, arena y tiempos de vientos. Porque esa es la auténtica principal belleza de La Caleta, su carácter popular y terrenal, por eso Manolo Santander mostraba con acierto esa caleta en sus conceptos. Directamente o subliminalmente.
En este tiempo, en el que socialmente está tan bien visto el postureo artificial en todo el mundo, lo cual incluye también a la sociedad gaditana, la honestidad consigo mismo de Manuel Santander Cahué es evidente que muchas veces no encajaba. Por eso, él siempre ha sido más patrimonio del público que de jurados calificadores. No estaría entre los chirigoteros más laureados en calificaciones de jurados. Pero en el mundo real, a ras de suelo, en lo terrenal, entre La Laguna y Loreto está el Carranza, un lugar donde, desde hace dos décadas, miles de personas visten de amarillo sus colores con un pasodoble de Manuel Santander. Un tipo de cosa que muy pocos han conseguido en Cádiz, una ciudad construida con mucha piedra ostionera. Hay un tipo muy peculiar de piedra ostionera, la negra, que es una rareza y al mismo tiempo muy gaditana. Manolito, en el simbólico edificio del carnaval de Cádiz, sería un bloque de piedra ostionera negra.
Existe una teoría típica tópica, en la que se cuenta que las chirigotas se lucen en los cuplés, y las comparsas en los pasodobles. Pero desde mi perspectiva, y sé que muchos discreparán, cada vez me resulta más fácil encontrar buenos pasodobles en las chirigotas que en las comparsas. Uno de los principales responsables de que eso suceda es Manolo Santander. Si alguna vez te dicen que una agrupación va a llevar un pasodoble de Santander, es como cuando te dicen que va a llevarlo del Noly. Luego existen también los pasodobles hechos a la vez por Santander y Noly, y eso ya...
Ahora, aunque estemos en un texto en honor a Manolo Santander, un paréntesis para hablar sobre el cante del viñero Juan Villar, para abordar el siguiente concepto santanderino. Ya sabemos que Juan Villar es tremendo por alegrías, pero a mí, personalmente, lo que me gusta más de Juan Villar es su cante por soleá. Juan Villar por soleá es asunto mágico, ya que consigue que exista soniquete para cantar por soleá, hay una rítmica especial, a la vez que el cante por soleá no pierde su necesaria sobriedad. En Juan Villar hay un cante por soleá dulce y salado a la vez, como el erizo caletero. Porque así es el soniquete de La Viña, dulce y salado, adaptable a cualquier posible creación rítmica sobre cualquier base de compás. Adaptable al flamenco y al carnaval, cuyas historias están más entrelazadas de lo que muchos imaginarían. Así, como el sabor del erizo caletero, soniquete viñero, es también en La Viña el tres por cuatro, que desde la musicología se vería como una construcción rítmica sobre compás de cuatro por cuatro. Ese ritmo viñero carnavalero que Manuel Santander defiende. El ritmo con brillo en el sonido de los platillos, el bombo más centrado en marcar bien en su sitio que en resultar intensito, el ritmo que es la luz de la calle la Palma. Un ser humano, hablando sobre otra cosa, me dijo hace unos días que el elemento principal para el soniquete del lugar en realidad está en la base, y no en los redobles, y tiene razón, por maravillosos que suenen los redobles. Para que exista el redoble viñero en la caja, tiene que existir previamente el toque viñero de bombo.
Se fue Manuel Santander, pero en realidad ahí siempre estará. Recordando cosas interesantes, como que aunque puede estar bien la tendencia evolutiva a incluir más sevillanas en las cuartetas de los popurrís, también hay que recordar que el carnaval, aunque esté abierto a todo y así debe ser, no deja de ser de Cádiz, y Cádiz es más de bulerías que de sevillanas. Por eso, la tendencia de Manolo Santander a meter bulerías, bulerías que además sean de Cádiz, en las cuartetas de sus popurrís. Con gran genialidad y acierto. Porque Manolo Santander es ese chirigotero tan flamenco. El que sube al ritmo carnavalero de tres por cuatro, o incluso por flamencas bulerías gaditanas, con los suyos la calle Sagasta, en un lunes de coros o un domingo de piñata. Porque aunque pasaba por el escenario del Falla, Santander ante todo es de las cosas que suceden en la calle. Manolo Santander, ese chirigotero tan flamenco. Nos deja en el tiempo buena herencia, Palmira y Manolín, que en ocasiones harán recordar los conceptos de su padre, seguro.
Por Jaci González