Los Veranos del Corral, la cita imprescindible
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En sus diecisiete años, esta Muestra de Flamenco en el Corral del Carbón de Granada se ha convertido en un punto de referencia a escala internacional que viene ocupando el ecuador del verano para nuestro deleite.
No sólo por las bondades de su escenario, un verdadero monumento, una alhóndiga nazarí del siglo XIV; no sólo por su cómoda ubicación en el centro de la ciudad de la Alhambra; no sólo por la temperatura agradable que nos regala la estación en plena canícula; no sólo por su pequeño formato, de apenas trescientas localidades, que conforma una familiaridad entrañable; no sólo por su sonido y su luz impecables y envolventes; ni siquiera por su programación de calidad y extrema coyuntura; sino porque se alcanza el flamenco más honesto que la actualidad puede ofrecer, fuera de modas y poder mediático.
Hay viajeros y autóctonos que programan sus vacaciones para coincidir con Los Veranos del Corral. Hay flamencos, en la ciudad y alrededores, que no pierden detalle y acuden a apoyar y aprender de sus compañeros. Y, en cuanto a los artistas convocados, aparte de su agradecimiento, suelen acudir con cierto respeto, comprendiendo el escenario que pisan y vislumbrando a todos los maestros que los han precedido, muchas veces en sus comienzos.
Este año retornamos a la filosofía de los inicios de este ciclo. En sus trece días de muestra, una docena de espectáculos tienen al baile como protagonista, casi todos de gente joven y, salvo tres o cuatro nombres, los demás son desconocidos en esta tierra.
Es una pena la poca asistencia en el Corral este año: poco más de la mitad del aforo. El vacío que evidencia el patio de butacas es un quebranto; también una incomprensible decepción por vislumbrar el esfuerzo realizado por organizadores y técnicos y, sobre todo, por atender el nivel indiscutible de cada uno de los días de la Muestra.
Llevamos cinco días de actuación, desde el lunes 27 hasta el viernes 31 de julio. Han sido cinco apuestas muy diferentes de baile, cinco lecturas del flamenco actual que no dejan fisura para la queja, aunque sí para la sorpresa continua.
Carmen Ledesma, veteranía y gracia
A sus cincuenta y nueve años, Carmen Ledesma abre las noches del Corral del Carbón con autenticidad y transparencia. Su baile es gracioso y sereno; añejo y sabroso. Reivindica su apuesta y excusa sus limitaciones por edad y grosura. Inconvenientes que no son reales si entrevemos su verdad, sus poses y la limpieza de sus tacones.
Antonio Moya, clásico a la guitarra, comienza imponiendo el tono, que Mari Peña y Joselito Méndez retoman cantando por tonás fuera de micrófono. Carmen se presenta por soleares de factura bella y redonda. Destaca su expresión y su braceo.
Antes de recibir nuevamente a la bailaora sevillana, Mari Peña, con reconocidos altibajos, presenta unos tientos-tangos; y Joselito Méndez unas seguiriyas, donde, junto las bulerías finales, reivindica su origen jerezano y el de su familia, a la que pertenece la Paquera.
El escenario recibe finalmentte a Carmen por alegrías. Una gracia añeja se desprende a raudales moviendo su mantón cuadrado de gran formato.
La presencia inmarcesible de Lucía ‘la Piñona’
Lucía es una de las bailaoras que repiten en este foro, lo que se hace necesario para seguirle la pista y calcular su evolución. En esta ocasión, el martes 28, nos presenta su montaje La Vida, la Carne y la Tierra. Una obra sincera y telúrica, donde muestra al mismo tiempo su paso y su anhelo.
Dos pesos pesados al cante le escoltan: Pepe de Pura y Moi de Morón; y un tremendo Francisco Vinuesa a la guitarra, también conocido en este patio. La percusión de Jorge Pérez ‘el Cubano’, aunque precisa y respetuosa por momentos, vino sobrando desde su mitad. A veces el tradicional palmeo es lo más veraz y efectivo.
Es de reconocer en la gaditana su esbeltez innata, su gusto en el detalle, su técnica depurada y su zapateo de lujo; sin olvidar la bellaza de sus manos, su poder creativo y el puñado de sal que le acompaña desde la Bahía.
La Piñona hizo su presentación por levante, dejando espacio al decir de sus compañeros y mostrando abiertamente sus credenciales. Tras esto, la guitarra se extendió más de lo necesario por bulerías, para volver a recibir a la bailaora por serrana y liviana, rubricando con su baile uno de los momentos memorables en las tablas del Carbón. Con pantalón de volantes, corpiño de cuero y chaquetilla corta, demostró que hay piezas originales, atrevidas y de tal frescura que las hace simplemente esféricas.
Un poquito por tangos muestra de nuevo a la gaditana en un romance por bulerías que, sin haber abandonado su singularidad, viene siendo el remanso de una noche de estrellas.
El fin de fiesta es un compendio de cuplé, que protagoniza notablemente Pepe de Pura, y jaleos a los que se le une Moi de Morón.
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Amador Rojas, el príncipe del baile
Es a la estética rockera del Prince de Purple Rain lo que Amador Rojas es al baile flamenco. De una personalidad deslumbrante es este sevillano; creativo como pocos, dinámico en su apuesta y continuo innovador. Su baile es osado y vital, es un corazón en pleno latido, es el instante en que cae una hoja, es en definitiva uno de los lenguajes que marcarán nuestra época. En el habla galaico-portuguesa existe un verbo de difícil traducción que puede definir este baile inaprensible. Luar es el efecto que produce la luz de la luna.
Con La Noche de Oro, Amador quiere rendir homenaje a sus mayores. Tres cantaoras de edad le arropan, que prescinden del micrófono casi de continuo, lo que desluce su entrega. Carmen Montoya le acompaña al baile, como artista invitada, que hará unas bulerías de tradición y pellizco.
Se presentan las voces con una canción de culto, en la que destaca sin reservas Herminia Borja, aunque de volumen limitado. Hay que destacar su entrega en la caracolera Una Espina Clavada, a la que se le une el bailaor a los postres. A la guitarra, Carlos de la Jacoba, con problemas de megafonía, y Miguel Iglesias redondean una noche verdaderamente asombrosa.
Rojas, bailaor conocido y admirado en esta plaza, se presenta por seguiriyas. Cada uno de sus pasos contribuye al barroquismo con que lo impregna todo. Es ambiguo en su apuesta y de rotundo parpadeo. Está por encima del bien y del mal.
De blanco en los tangos, su roneo es endógeno y su concepción desenfadada. Termina con unas soleares de largo recorrido, pero variado e incansable como ninguno. Los quilates de este bailaor se aprecian con sólo oírlo respirar.
Antonio Perujo, o cómo masticar el flamenco
La primera noche especial, el jueves 30, ha sido una Gala intercambio Festival Flamenco de Ginebra. Antonio Perujo, bailaor andaluz afincado en Suiza, donde posee una prestigiosa academia, nos presenta su obra Voz, Cuerda y Tacón, un espectáculo convencional, donde prima el flamenco ortodoxo, sin demasiadas pretensiones. Su parquedad es evidente, así como el remedo de los bailaores que han dejado huella, desde Vicente Escudero hasta Javier Latorre, desde Farruco hasta José Granero.
Su sobriedad incluso se evidencia al hacerse acompañar tan sólo por una voz (El Mati) y una guitarra (Ismael Heredia). Los dos de categoría.
Perujo es clásico en las seguiriyas que encierran serranas. Baila con palillos en las manos entroncando la pieza en cierta manera con la danza española.
Un poco más relajado, y después de algunos tercios por levante que desarrolla su cuadro, se incorpora a las tablas con la parsimonia de quien domina y tiene claro su discurso. Es meticuloso y femenino por momentos; no abusa de los pies. La calma se mantiene incluso cuando estos cantes de minas se convierten en tangos, que comienza a bailarlos en una silla, a la manera de Mario Maya.
Tras unas bulerías de solo guitarra, descubrimos la lentitud en la soleá. Sus tacones rojos se imponen. Tan importante es la danza como el silencio. El tempo lento, que lo abarca todo, se llena de estilismo y sabrosura.
Antes del punto final, que viene en forma alegrías, con chaqueta blanca, El Mati y Heredia se crecen con una malagueña del Mellizo y unos abandolaos.
El flamenco naciente
El viernes, al igual que en los últimos años, tuvimos una noche japonesa. Sakura Flamenca es el espectáculo, promovido por Emilio Maya, que trata de acercar al público occidental el estado actual de nuestro arte en el País del Sol Naciente. Cuatro bailaoras cuatro: Yunko Assami, Kayo Otsuka, Kumiro Yoshida y Risa Ogino, presentan su saber y su perspectiva en el escenario.
Tanto su porfía como su entrega son totales, aunque con nimias diferencias entre ellas. Su tensión y nerviosismo también se evidencia, al menos en un comienzo.
El cuadro que les acompaña es de lujo: ‘El Galli’ de Morón y Manuel Tañe, al cante; y el mismo Emilio Maya, espléndido a la guitarra, que comienza en solitario con unas bulerías. Kumiro Yoshida, que empieza con cierta rigidez, propone unas seguiriyas de agradable factura; Kayo Otsuka, por su parte, con bata de cola blanca y breve mantón, aborda algo más insegura las alegrías.
En la soleá de Risa Ogino comenzamos a rozar otra dimensión. Su baile es muy de aquí; su braceo reconocido; y su academicismo menor. Quizá, en conjunto, la más acertada de las cuatro. Para terminar, Yunko Assami bailará por levante y tangos. Con una técnica depurada, su taconeo es perfecto; así como su visión espacial y el control de su cuerpo.
Como artista invitado, fuera de programa, el sevillano Javier Heredia nos cantará unas bulerías de manera tradicional, o sea, de pie, en la boca del escenario y acompañadas generosamente con su mismo baile.
Con un fin de fiesta, en el que se invitan a Alba Heredia e Iván Vargas, que se pegan sendas pataíllas, acaba la noche y una semana notable.
Por Jorge Fernández Bustos
Fotos: Joss Rodríguez