La gran noche de los Rancapino

Rancapino y su hijo Rancapino Chico abrieron la programación del ciclo Sagas del Cante, la noche del sábado 4 de octubre en la sala García Lorca, en la Fundación Casa Patas de Madrid.

Entró al escenario andando por toná, para sentarse unos segundos después cantando por seguiriyas. Así comenzó la actuación de Rancapino Chico, que continuó por unas muy gaditanas malagueñas del Mellizo, y cantiñas fundamentadas por alegrías, dedicando a Vicente Soto unos fandangos de arte. Aunque no se acordaba del nombre del hijo de Sordera, pero vamos, sabía quien era y que por allí estaba.

Es curioso el asunto Rancapino Chico, porque normalmente los seres humanos que son hijos de cantaores tienden a mimetizar los mundos del padre. En este caso concreto es otra cosa, el parecido está más en el fondo conceptual que en la forma superficial. Ambos parten del mismo concepto cantaor para establecer como resultado dos perspectivas tan unidas como diferentes del rancapinismo, que es una forma de cante a su vez emparentada con el caracolismo. Pero el rancapinismo es muy propio y personal, a nada se parece, como mucho se emparenta con otras cosas.

Hay aún un mito curioso entre los artistas flamencos, y es tenerle mucho respeto a sus actuaciones en Madrid. Mito que en estos años ya no tiene mucho sentido, todo escenario es respetable, y si el respeto es porque las actuaciones en Madrid son "las que suelen salir en los papeles"... En estos momentos puede salir en los papeles cualquier cante en cualquier lugar. Si es por prensa o por público entendido, siempre habrá varios expertos en cualquier sitio ¿Por qué digo esto? En esta noche, en la sala García Lorca, Alonsito estuvo de diez. Pero unos días antes en Ogíjares le vi estando de doce, que es la diferencia entre estar perfecto y formar una gorda. El pequeño paso que faltó para que eso sucediera en Madrid fue precisamente provocado por concentrarse demasiado en que quedara perfecto. Lo cual no quiere decir que estuviera mal, todo lo contrario, es que me resultaría injusto no contar que con todo lo bien que cantó en Madrid, pues hasta mejor todavía cantó poco antes en Ogíjares. Hay mucho Alonsito, y con el tiempo se irá viendo más todavía.

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También con la sonanta de Miguel Salado, concreto y acertado en su puesto, apareció Rancapino, padre como mito cantaor al cual tenemos la suerte de tener con vida, y poder escucharle en directo. En esa voz hay mucho para aprender. Esos cantes por soleá, malagueña y seguiriya, siempre pareciendo que no va a llegar ni a tono ni a compás ni a nada, pero siempre llegando bien, siempre alcanzando la gloria, porque el arte reside en el límite de lo posible. Por eso Rancapino es quien es, un artista venerado y respetado por todos, aunque muy pocas veces se ha escrito lo necesario sobre su cante. Ese salto de la silla para rematar la malagueña, "acuérdate de Juan Talega" gritó Vicente Soto cuando el cantaor dijo que iba a cantar por soleá. Y se acordó, vaya si se acordó, memorable. El cante de Rancapino, ese cante que se entiende porque resulta muy comunicativo, el carácter de esos tercios que se resuelven con esa sabiduría de la originalidad, es de aquellos cantaores que son arte por imprevisibilidad en sus conceptos. Porque, en definitiva, eso es el arte.

Y la noche terminó por ovaciones, con padre e hijo en el escenario, demostrando rancapinismo, iguales en el fondo aunque diferentes en el resultado, pero ambos en el rancapinismo. Ese teléfono móvil de Rancapino que se pone a cantar por su cuenta, incluso a compás, al terminar el chico una letra, ese Miguel Salado improvisando falsetas mientras Rancapino se pone a dar botones para apagar el cacharro, ese arte que terminó con los aplausos, los fandangos, los abrazos, tan fan el padre del hijo, tan fan el hijo del padre, tan fan el público de ambos. Y quedan ganas de más, deberían girar juntos como costumbre, escuchando a los dos en el mismo lote se entiende mejor el arte del rancapinismo.

Por Jaci González
Fotos Pacolega

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